El avance de la ciencia y la tecnología no
necesariamente tiene un efecto positivo en la calidad de vida de los seres que
habitamos en este planeta: a diario recibimos noticias sobre el efecto
invernadero, la lluvia ácida, la contaminación causada por los motores de
combustión interna, el retraso mental ocasionado en muchos niños por los altos
niveles de plomo en su sangre y la destrucción de miles de vidas jóvenes a
causa de las drogas, cada vez más poderosas y al mismo tiempo más accesibles
porque su producción en gran escala ha ocasionado que su precio disminuya.
Al acercarnos al inicio del siglo XXI, el desarrollo
científico y tecnológico ha tomado un ritmo tan vertiginoso que, en ocasiones,
parece amenazar el futuro de la misma sociedad que lo ha impulsado.
Por lo anterior, cuando estamos a punto de iniciar un
nuevo siglo, se considera que la ciencia debe enfocarse a alcanzar un mayor
beneficio para la humanidad y para lograrlo deberían darse más recursos para
impulsar la investigación en las siguientes áreas:
Divulgación de la ciencia para que los ciudadanos tengan
un mejor nivel de conocimientos y puedan tomar mejores decisiones.
Mecanismos para regular el aumento de la población y
lograr que todos los seres humanos cuenten con una alimentación balanceada y tengan
acceso a los servicios de atención médica, educación, etcétera.
Respecto a este último punto, en los capítulos anteriores
hemos visto cómo la electroquímica, la fotoelectroquímica, la energía solar y
el uso del hidrógeno, representan oportunidades para que la humanidad cuente
con una gran cantidad de energía "limpia", esto es, con muy bajo
impacto en el
medio ambiente.
Por desgracia, el costo para crear nuevas tecnologías y
mantener centros de investigación, así como la inercia de muchos años de
consumir otros combustibles, han impedido que las fuentes limpias de energía se
vuelvan de uso cotidiano. Todavía, la mayor parte de la humanidad obtiene la
energía quemando recursos no renovables como el petróleo, o materiales como la
leña, un recurso difícilmente recuperable, ya que la destrucción de los bosques
es un proceso mucho más rápido que la reforestación.
Como se mencionó en la introducción de este libro, la
crisis de energéticos de la década de 1970 originó un gran auge en la investigación
y desarrollo de nuevas fuentes de energía, sin embargo, este entusiasmo ha
disminuido debido a que el precio de los combustibles fósiles sigue siendo
relativamente bajo. No obstante, muchos expertos aseguran que si la humanidad
no toma las precauciones necesarias, a principios del sigloXXI sufriremos
una nueva crisis energética que será de mayor magnitud que la vivida hace 25
años.

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